El presente
texto es una reflexión del trabajo realizado en la Unidad 1 del primer módulo de
la especialidad. Su redacción se ha visto enriquecida con la lectura “La
aventura de ser maestro” y con las aportaciones de los compañeros del grupo 19.
Iniciare
comentando que para mí, ser docente más que un empleo es un compromiso que
refiere necesariamente a ser mejor persona y acompañar a los estudiantes con
los que tengo contacto a que también hagan lo propio, no sólo en lo académico,
sino en todas las esferas que los integran como seres humanos. Como lo dice Esteve
en su texto “La aventura de ser maestro”, se trata de ser maestro de la
humanidad. Lo cual es más complicado de lo que suena, pues considero que se
trata de encontrar un equilibrio entre lo que el alumno quiere, lo que
necesita, y lo que debe ser enseñado.
Sin embargo,
coincido con el autor y con mis compañeros del grupo en que lo importante es
enseñar a los alumnos a desarrollarse con respecto a sí mismos y al mundo que
les rodea. Lo anterior en un marco de valores, de confianza y de congruencia.
A diferencia
de algunos compañeros, mi profesión de origen sí esta relacionada con el ámbito
educativo, pues elegí estudiar la licenciatura en Pedagogía en la UNAM. Mi
elección obedeció a que cuando estudiaba la preparatoria trabajé en un
prescolar, y la Directora era pedagoga. Finalmente como comenta Esteve: fue
ella esa profesora que tocó mi vida al grado de hacerme elegir una profesión
distinta a la que tenía pensada (yo pensaba que quería ser contadora). Ella me
enamoró de la carrera, y cuando entré para mí la licenciatura y la UNAM fueron
un crisol de posibilidades, de oportunidades para realizarme como persona y
como profesionista y profesional de la educación. Si bien la carrera no me
preparó específicamente para la docencia, sí me brindó elementos para ello.
Al terminar
la carrera me incorporé a la docencia a nivel medio superior en una particular.
Como a muchos de mis compañeros, las piernitas me temblaban pues estaba llena
de incertidumbre y miedo. Me identifico plenamente cuando Esteve describe al
profesor novato de primaria y secundaria: siento que en mucho me está
describiendo en mi primer empleo. Yo era de la edad de mis alumnos, y varios
eran más grandes que yo, y eso me imponía horrores.
Ahí sólo estuve un semestre, pues tuve la
oportunidad de trabajar para el Gobierno del Estado de México en un preescolar.
Ahí la presión cambió pues la responsabilidad de cuidar a 45 niños menores de 5
años era abrumadora. Sin embargo ahí aprendí muchas cosas, y me permití
experimentar mucho de lo que había aprendido en la universidad con mis niños. La
ansiedad por imponer disciplina o dominar contenidos, cambió por completo.
En el
preescolar estuve dos años, para después entrar a una secundaria como
orientadora en el turno matutino, y dar clases por las tardes en media superior
y superior. Después de 3 años, me cambié a la preparatoria donde estoy actualmente
como orientadora, continuando con la docencia en la UNAM.
En diversos
niveles, pero así llevo ejerciendo tan hermosa profesión 9 años, y cada día
afirmo que para ello nací. Tengo la fortuna de desempeñarme en el ámbito para
el que me forme y no sólo como docente, sino también como orientadora. Es
cierto que a veces no todo es miel sobre hojuelas: en mi caso, las cuestiones
administrativas y la indiferencia de algunos alumnos y de la mayoría de los
padres de familia son el pan de cada día y a veces es cansado sortear lo
relacionado con ello. Sin embargo, vale la pena pues afortunadamente la mayoría
de los alumnos me dejan saber que de una u otra manera he impactado su
formación. Hay quién lo expresa directamente, pero la mayoría me lo deja ver
con sus acciones: sus dudas, sus comentarios, sus opiniones, su agradecimiento
y reconocimiento hacia mí. Y eso con nada se paga.
Para mí es
muy satisfactorio ver que el orgullo de ser docente, más que con el ego, tiene
que ver con un empoderamiento de nuestra profesión, y me gusta darme cuenta que
los compañeros de mi grupo se sienten igualmente comprometidos y orgullosos de
ello.
Como lo
mencioné al inicio, para mí ser docente significa la enorme responsabilidad de
tocar vidas, de aprender para los alumnos, con los alumnos y de los alumnos. Servirles y tener siempre
presente que para eso estamos. Tener la gran oportunidad de
coadyuvar a que esas vidas se transformen en lo mejor que cada uno puede ser,
en todos los aspectos.
Es también
la oportunidad de transformar mi realidad y mi contexto junto con el de los
demás y construir una realidad y un contexto más libre, más pleno, más feliz. O
en palabras de Esteve: “ser
maestro de humanidad. Lo único que de verdad importa es ayudarles (a los alumnos) a comprenderse a sí
mismos y a entender el mundo que les rodea”.